Mi nombre es Francinete
Maria, natural de Piaui, Brasil, Misionera Comboniana. Soy de familia
Cristiana practicante. Desde mi adolescencia sentí algo diferente, algo que me
cuestionaba profundamente sobre la vida religiosa. Encontré una revista que
hablaba sobre la situación de África y al final decía: “tu puedes ayudar este
pueblo. Cristo te llama para trabajar en su mies. Los misioneros entregan la
vida para el servicio del Reino de Dios.”
Yo sentía que aquellas palabras eran para mí.
Con el pasar del tiempo yo sentía más fuerte el deseo de
consagrar mi vida para ponerla al servicio de la misión, de los últimos, como
también luchar por la justicia, la dignidad humana. No podemos quedarnos
indiferentes como si todo estuviera bien, si tantos hermanos y hermanas mueren
injustamente.
En el 2000, ya como hermana Misionera Comboniana, fui
destinada a la provincia de Mozambique. ¡Qué alegría poder pisar suelo africano¡
Sentía que este pueblo ya estaba mi
corazón, hacía parte de mi vida. Mi primera experiencia fue con el pueblo
Makua. Era una realidad muy diferente de la nuestra, principalmente la
situación de las mujeres. Encontré un pueblo sufrido por varios motivos, en
primer lugar la guerra. A pesar de su situación las personas son alegres,
acogedoras y abiertas. Me cuestionaba
mucho sobre su capacidad de aceptar las dificultades; sentía muy fuerte la
manifestación de la presencia de Dios que confirmaba mi vocación misionera y me
daba la fuerza para continuar. Me impresionaba la desigualdad que existía y me
preguntaba: “¿si ellos también son nuestros hermanos, hijos e hijas de Dios,
porque tienen que pasar por todo esto?”.
Uno de los desafíos fue aprender la lengua local y
cultura, pero la misma gente ayuda en el trabajo que tenemos que realizar para
nuestra adaptación y en el conocimiento de tantas tradiciones como los Ritos de
Iniciación Femenina.
Siempre me llamó la atención la fuerza de las mujeres. Prácticamente son ellas que llevan
adelante la economía del país, pero aún tienen un largo camino a recorrer para
que eso sea reconocido. Al amanecer, muchas mujeres van al campo cargando sus
niños en las espaldas. Trabajan y al volver cargan los niños y un saco en la
cabeza. Además, en una mano trae el balde con agua y en la otra traen la leña.
Llegando a la casa, tiene que cocinar, mientras el hombre está sentado
descansando del mínimo trabajo que hizo.
Son pocas las mujeres y niñas que tienen oportunidad de estudiar y muchas tienen
hijos siendo muy jóvenes.
Con el pueblo Makua tuve la gracia de trabajar en dos
escuelas, dos realidades totalmente diferentes: una era solo para niños y yo la
única profesora mujer. La otra escuela era mixta con pocas niñas. Además de las
dos escuelas, acompañábamos un internado femenino con 68 niñas, adolescentes y
jóvenes. El trabajo es ayudarlas en su
formación integral, responsabilizarlas en el trabajo y estudio.
Agradezco mucho al Señor esta oportunidad de contactar con la vida concreta de
las mujeres y jóvenes africanas.
Después de cinco años con el pueblo Makua, fui destinada
a la Región
centro del país a la misión de Mangunde. Es desafiante tener que iniciar todo
desde el principio y es una riqueza. Aprender un nuevo idioma, el Chindão, conocer
nuevas costumbres y nuevas personas. Es como volver a ser niña. Ahí trabajé en la
educación de la juventud, principalmente con niñas y también en el equipo de Coordinación
de las Escuelas. Atendíamos a 2100 jóvenes: 1500 chicos y 600 chicas en centros
educativos distantes unos 300 kilómetros de la ciudad. Para un visitante,
impresiona llegar a estos centros, con tanta juventud. Cada Escuela es una ciudad de jóvenes en medio de la selva.
Impresiona también el entusiasmo y deseo de los jóvenes en seguir estudiando y tener
una vida diferente a la de sus padres. Además de las clases tienen formación
humana, social y religiosa; también cultivan la huerta, crían animales y se
ocupan de la limpieza de los centros. Solamente van a casa durante las
vacaciones. Estos estudiantes están ahí porque en sus pueblos las escuelas del
gobierno son solo Primarias. Después más de la mitad ya no tienen la
posibilidad de seguir, principalmente las chicas se quedan en casa y se casan. Por
esta razón los misioneros y misioneras Combonianas les damos la posibilidad de
continuar sus estudios y formación. Estamos convencidos que para salir de la
pobreza hay que estudiar.
Nosotras, Misioneras Combonianas damos una atención
especial a la formación integral y acompañamiento de las chicas, para que
conquisten su espacio en la sociedad de forma diferente ¡Ha sido para mí una experiencia
riquísima, me siento una auténtica Pia
Madre della Nigrizia (nombre italiano dado por el fundador Daniel Comboni).
Del pueblo y de las jóvenes aprendí más de lo que yo les enseñé; con ellos me
sentí hermana, amiga y madre ¡ Aprendí a quedarme horas y horas escuchando la
historia sufrida de la familia o de la propia persona: inquietudes, traumas y
miedos, esperanzas y sueños. Comer el pan con ellos, llorar con ellos,
estudiar, trabajar, sonreír, jugar y rezar con ellos. Para todo hay un tiempo.
Si Comboni estuviera aquí hoy diría: “Ahí
es nuestro lugar”.
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