viernes, 15 de junio de 2012

ME FASCINÓ EL CONOCER A COMBONI Janete Santos de Castro


Soy natural de Rio de Janeiro  Brasil, de una familia Afrodescendiente. El apellido Santos remonta al tiempo de los esclavos, bautizados por los sacerdotes Jesuitas, desde el inicio de la colonización de mi país.
Soy la segunda de cinco hijas, educada en una familia humilde pero con valores humanos y cristianos. El hecho de haber nacido en una familia solo de mujeres favoreció en mucho mi identidad; crecí orgullosa de ser quien soy. Siempre fui tratada como persona de derechos y deberes, valores que mis padres supieron inculcar en cada una de nosotras y que ellos también heredaron de sus padres.

Brasil, desde el tiempo de la colonia fue y es cuna de una mezcla de razas y colores. El encuentro entre pueblos diversos dio origen a negros con cabello rizado y otros con cabello lizo; de ojos verdes unos y otros de ojos azules; de nariz gruesa unos y otros de nariz afilada. Soy testigo, pues cargo en mí algunas de estas características.

La iglesia y la religión siempre fueron referencias en mi vida. El compromiso con mi propia fe, fue tomando vida en forma de vocación. Primero, el deseo de servir en la vida religiosa y después, la invitación fuerte y insistente para dejar todo manifestado en a vocación misionera Comboniana. Encontré a Comboni y a las Combonianas a través de la revista “Sem Fronteiras” publicada por los Misioneros Combonianos.  Me fascinó el conocer a Comboni que en el siglo XIX incluía decididamente a la mujer en el grupo de los evangelizadores de África, hecho desconcertante para la mentalidad de su época que consideraba a mujer solamente como madre y mujer de hogar.
Al encontrar a las Combonianas descubrí que la idea de inclusión de la mujer en el apostolado de África y en otros continentes, había echado raíces también en mi Brasil. Comprendí que yo también era llamada a ser parte de este grupo de mujeres del Evangelio al servicio de la vida y de la misión.
Después de la formación inicial he sido enviada a Dubai (EAU) donde ejercí mi ministerio en la educación, experiencia fuerte de encuentro con varios pueblos, lenguas, culturas y religiones. Aquí he podido entender algunas cosas de los Hechos de los Apóstoles (2,4): “todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas conforme el Espíritu les concedía expresarse”.

Después de algunos años he sido enviada para Jordania, en el sur del país, la región de Moab, donde, según la Biblia, vivió Rut y Nohemí. El encuentro con el pueblo Árabe, Beduino, musulmán me hizo  sumergir en la historia de otros pueblos con su identidad religiosa, su simbolismo, colores y expresiones culturales. Aquí he experimentado lo que dice el libro del Éxodo 3,5: “Quítate las sandalias de los pies porque el lugar en donde estas es tierra sagrada.”
Concluí este tiempo fuera de mi pueblo en Israel y Palestina, donde compartí mi vida y misión con un grupo de treinta niños palestinos huérfanos, víctimas del conflicto entre los dos pueblos. Aquí constaté la fragilidad de la vida, compartí el dolor, los sueños y las esperanzas de un pueblo bien visibles en los ojos de los niños. Continua siendo verdad lo que dice el Maestro: “Si no se vuelven como niños no entrarán en el Reino de los Cielos.” (Mt. 18,3).

Regresé a Brasil en 2007 para desarrollar mi servicio de animación misionera y vocacional. Agradezco a Dios por el llamado que me hizo a la vida y a la vocación misionera en la Familia Comboniana.  Me siento en casa en cualquier lugar en que esté, y reconozco que esto es resultado de una larga historia que ya atravesó mares, cuyas raíces se entrelazaron en el drama de muchos  hombres y mujeres que me precedieron.


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