Soy Afrobrasileña, del estado de Minas Generales. En los
años 80 sentí un fuerte llamado a la vida misionera. Hacía parte de la
pastoral Afro juvenil. Era catequista
para la confirmación y operaria en metalúrgica.
Soy la primera de 4 hermanas. En mi familia aprendí a vivir los valores humanos
y cristianos pero también las Comunidades de Base contribuyeron para que yo creciera en la fe y en el
compromiso con los más pobres y excluidos de la sociedad. Ha sido en un
contexto de situación de periferia que mi vocación fue madurando. Mi trabajo en
la parroquia de Jesús Operario y la presencia de los misioneros Combonianos dieron
una gran contribución para que yo me decidiera a seguir a Jesucristo en la Congregación de las
Hermanas Misioneras Combonianas. Fue la pasión de Daniel Comboni por África que
determinó mi opción por esta congregación.
Mi sueño, como Afrobrasileña,
era ir a África para agradecerle por todos los valores y por la herencia cultural recibida
de parte de mis antepasados. En mi tiempo de formación tuve la oportunidad de
rever mis motivaciones profundas que me llevaron a esta decisión. Percibí que
la alianza con Jesucristo en la vida religiosa misionera Comboniana y mi sueño
iba perfectamente en sintonía. La palabra de Dios que me acompaño durante esos
años fue: “vayan por todo el mundo y hagan de todos los pueblos mis
discípulos…yo estaré con ustedes todos los días hasta los confines del mundo.”
(Mat. 28:19-20)
Mi vida misionera está tejida con los hilos de la interculturalidad. Los primeros años
de misión estuve en la República Centroafricana , tiempo de aprendizaje,
de escucha y de presencia. Los primeros cuatro
años trabajé en una parroquia a la periferia de Bangui. Me sentí hija de
aquella tierra, acogida, amada y desafiada; ahí traté de dar lo mejor de mí
misma. Era una misión dinámica con varios frentes de acción. En esa parroquia
tuve la alegría de celebrar el primer centenario de la evangelización de la República Centroafricana , celebración en la que he
sido enviada a la misión de Kembe, en la región este del país. Me gusta hacer memoria
de una canción que dice: “Partir es morir un poco, pero ir para anunciar la Buena Nueva , es
encontrar la vida”.
Convencida de que encontraría la vida en Kembe, cogí mi maleta me puse en
camino. En ese proceso de encuentro con la vida, comencé mi trabajo en la Pastoral de la Educación y con las mujeres.
El encuentro con niños, jóvenes, mujeres y adultos en general, ha dado un toque
diferente a mi vida. Sentía que la pasión de Daniel Comboni habitaba en mí y en
mi comunidad. Me sentía casa vez mas seducida por la misión y como Jeremías
continuaba a repetir: “Me sedujiste Señor y yo me dejé seducir”. (Jeremías
20,7).
Después de cuatro años en Kembe, de nuevo tomo mi maleta y me pongo en camino
atravesando las fronteras de la Republica Centroafricana ,
rumbo a un nuevo país, el Chad.
Como todo inicio fue marcado por un tiempo de aprendizaje
de la lengua local, el sara . Trabajé
en la Educación
y en la Pastoral
de una Iglesia joven y prometedora, con un pueblo determinado, luchador y de
buenos principios y valores. Con este pueblo di continuidad a seguir tejiendo
mi vida misionera con los hilos de las diferentes lenguas, diferentes formas de
vivir y concebir la vida. Ha sido un tiempo muy rico, porque experimenté
fuertemente que es el Señor el protagonista de la misión. Mi misión en el Chad
fue muy corta pero suficiente para decir que valió la pena, a pesar de las innumerables
malarias. Después de esos diez años en tierras africanas, regresé a Brasil para
beber de mi propio pozo. Trabajé con los pueblos Indígenas Tupinikim y Guarani, en la provincia del Espíritu Santo. Aquí también
mi misión fue en el campo pastoral y educativo. Tuve también la oportunidad de dar continuidad a
mis estudios. Estos siete años de misión entre los Tupinikim y Guarani fueron
un regalo de Dios.
La vida misionera es muy dinámica y nos pone siempre en camino.
Una vez más el Señor me envió para las tierras sagradas y bendecidas del
continente africano, donde continué a manifestar mi gratitud a nuestra madre
África. En esta ocasión he ido para la región oeste con los pueblos Pigmeos y
Bantús. El trabajo de adaptación continuó esta vez en la selva, en una dinámica
de interacción y aprendizaje. Tengo recuerdos bonitos de compartir, de
solidaridad, de sencillez y de donación. Con estos pueblos compartí mi vida
durante otros cuatro años.
El año pasado 2011, el Señor me trajo de vuelta a Brasil
para asumir un nuevo ministerio, el de liderar
entre mis hermanas Combonianas y con la certeza de que el verdadero líder
es el Señor.
En mis 23 años de vida consagrada en la
congregación de las Misioneras Combonianas, me siento llena de gratitud a
Dios por haberme llamado en esta congregación y a los pueblos por todo lo que
viví y aprendí de ellos. Hoy puedo admirar la belleza de tantos hilos de
colores entrelazados y tejidos por los Dedos de Dios, los míos, los de mis hermanas
y los de diferentes pueblos con quien viví.
Un gracias al Señor, a mis hermanas, a mi Madre África, a mi Padre
Brasil, gracias familia de Dios.
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